Acabo de ver La Desazón Suprema, el documental de Luis Ospina sobre Fernando Vallejo. Me ha invadido una rabia extraña mezclada con ironía leve, y la sensación de compartir con muchísimos colombianos el exilio y el gesto impávido ante cadáveres y explosiones.
Quedé también con energía. Siempre hace bien descubrir personas que se alejan de la supuesta especialización imperativa en esta época. Alguien que ha paseado por el cine, la filosofía, la literatura, las ciencias, la música, la escritura... y ha sabido conjugar en sí mismo y en lo que hace todas estas cosas, me hace querer seguir defendiendo el deseo imposible de saberlo todo, sin avergonzarme de él ni hacer como si no existiera para "no preocupar".
El deber, como la tradición y la verdad son acuerdos sociales que por algún motivo -generalmente olvidado- se hicieron fuertes, hasta el punto de ser voluntaria o involuntariamente aceptados por una parte de la sociedad suficiente para hacerlos parecer absolutos. Más allá de la reflexión sobre la validez o invalidez de estas supuestas certezas, me llama la atención su origen, sus causas primigenias. En este retroceso curioso, a veces se encuentra uno con las razones más inesperadas y otras veces con razonamientos muy prácticos que resolvían problemas propios de una época. La cosa va desde una necesidad comercial o un problema de sanidad hasta una deformidad física de algún monarca enterrado siglos atrás.
Cualquiera que sea la historia que encierran nuestras costumbres, no deja de sorprenderme -e incomodarme un poco- la obediencia y la inconsciencia con las que generalmente las aceptamos. Su invisibilidad nos paraliza. Muchas veces su existencia aparentemente incuestionable no nos deja más que el malestar y la angustia al darnos cuenta de que no encajamos cómodamente en los supuestos.
Me gustó del documental -como me gusta de Vallejo mismo o de Bukowski- su capacidad de mostrar una cara que no conozco y que probablemente nunca llegue a vivir, pero que imagino con ellos. Me gustó escuchar cerca y cotidiana una voz que se ha vuelto medio mítica por su irreverencia incansable, y sentir que no es mía y que, desde su primera persona agotada, tiene mucho que decirnos.
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